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Uigui: un nombre al azar

Ciclo vital de los peces

Ciclo vital de los peces Cuando Mario y Elsa se conocieron, fue por casualidad, como la mayoría de relaciones que duran. Elsa era joven y él también. Para mí, eran viejos los dos, pero Elsa me decía que eran jóvenes. Jóvenes. Y que la juventud y que la belleza y que Dorian Gray y bla bla bla. Me curaba una caries y me iba. Una muela y me iba. Y mientras la juventud, el cepillo de dientes y el narcisismo. Después de esas sesiones que parecían eternas, donde se violaba la integridad de mi boca, con bichitos y todo, no me quedaba otra que mirarme al espejo y sentirme fea.
Los jóvenes tenemos suerte, porque entendemos todo sin que nos lo digan, pero los grandes piensan que no nos damos cuenta de nada. Mocosos ignorantes e ingenuos. Pero tenemos algo que ellos no: juventud.
A mí lo de la juventud ni me va ni me viene, pero cuando Elsa y Mario empezaron a tener problemas, me di cuenta enseguida.
Primero porque Mario atendía el teléfono con una voz que ni te cuento. Segundo porque la sala de espera no estaba tan prolija como siempre y además los peces se habían muerto allá en lo alto del estante.
Lo que pasa es que Elsa atendía en la casa. Un extraño anexo entre el consultorio y su hogar me permitió percatarme de las anormalidades que en realidad eran normales de lo que era anormal desde un principio y que ellos suponían normal.
No, que estuviera todo así en la casa de Elsa pasó inadvertido para mi madre, pero yo veía que ya no todo era lo de antes.
Según Elsa les había llegado la vejez. Eso me dijo en un intento de explicar el cuerpo de pez muerto flotando sobre el agua verdosa que evidentemente no había sido limpiada en días. Igual, para mí, siempre habían sido viejos. Pero viejos como para dejar morir al pez, no.
Lo peor era que no se daban cuenta, o no querían darse cuenta, de que necesitaban ayuda.
Yo, dice mi mamá, como muchos caramelos y por eso tenía que ir a lo de Elsa y Mario cada dos semanas. Pero llegó un momento en el que yo hacía de su terapeuta, de su almohada (digo almohada porque a mí siempre me aconsejan que antes de tomar grandes decisiones lo consulte con mi almohada). Ella me curaba las caries y era como automático, yo veía en sus ojos que no estaba pensando en el torno sino en Mario, y en los peces.
Me contaba las barbaridades que hacía Mario. Y el pobre Mario iba y venía por la casa atendiendo el teléfono sin ganas. Yo creo que quería dejar todo e irse a vivir al campo. Sí, al campo, porque en el consultorio aademás de moldes de dentaduras que parecían sacadas de una calavera, había fotos enmarcadas de Mario andando a caballo, ordeñanado vacas y todo eso.
Y yo, yo me daba cuenta de que su amor estaba muerto. Me daba cuenta, no pese a mi juventud sino gracias a ella.

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