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Uigui: un nombre al azar

Aguas calmas

Aguas calmas Se despertó un día afligido. Lo invadía una combinación de angustia y odio. Una lágrima cayó suavemente y en silencio por su mejilla. Había sido una noche agotadora.
Todo había empezado cuando Ana, una extranjera, se había acercado al palacio. Desde ese momento fue todo un desastre. Se desataron guerras, se sucedieron las muertes. Y Ana seguía ahí, atrayendo los problemas como un imán en medio de mucho tornillos. Hasta desastres naturales. Terremotos, tormentas de nieve terribles.
Pero lo que había sucedido aquella noche no se lo perdonaría. Nicolás se levantó de la cama y miró a Ana, durmiendo tan tranquila. Hasta le pareció divisar en su rostro una leve sonrisa de satisfacción que Nicolás encontraba insoportable. Sabía que ella no merecía estar en esa habitación del palacio.
Entró a darse un baño y se le retorcían las entrañas por el hambre, el terrible hambre que estaba sintiendo por no haber cenado aquella noche.
Fue entonces a tomar sus medicamentos. Claro que ninguno servía y que a la larga terminarían matándolo. Pero todos mueren de algo y él tomaba las pastillas todas las santas mañanas.
-¡Nicolás!- escuchó. Era Ana, en la habitación. Su voz lo irritaba, se le hacía verdaderamente insoportable oírla.
La mataría. Incluso si no era en ese momento la mataría por el bien de su gente. Si no lo hacía, él moriría, porque esa mujer era veneno y él ya estaba demasiado intoxicado.
Tomó un cuchillo y fue a la habitación para encontrarse en una situación que ya tantas veces había pensado.
Y el silencio.

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