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Uigui: un nombre al azar

Cuando digo Magdalena

Cuando digo Magdalena Magdalena era la novia. Era alta y rubia. Discreta, pero charlatana. Hoy por fin había llegado el momento. Magdalena dejaría su discresión y su altura, sus charlas y sus cabellos. Hoy el sueño se cumpliría.
Magdalena se había levantado temprano, aunque no había dormido. Magdalena se había vestido pensando que era lo que merecía. Siempre lo había sabido.
Federico era el novio. Alto y morocho, vanidoso y charlatán. Hoy el mundo se le venía abajo. Dejó su altura y su vanidez, su pelo y sus charlas y los reemplazó por la depresión.
Federico no había dormido, aunque optó por quedarse en la cama. Seguía en piyama pensando que realmente no lo merecía. Siempre lo había temido.
Magdalena preparó café y lo bebió con rapidez aunque se quemó en el apuro. Lavó la taza y la cuchara todavía invadida de alegría.
Federico preparó café y lo bebió muy lentamente por lo que el café estaba frío. Llevó la taza a la pileta, pero se le cayó en el camino. Seguía demasiado deprimido.
Magdalena se sentó, pues quería un poco de paz. No quería leer los diarios;estaba segura de que en vez de pensar en la noticia, pensaría en su gran día.
Federico se sentó, pues trataba de olvidar. No quería leer los diarios; eso nada más lo haría pensar. Era un mal día.
Magdalena se paró. En el sillón únicamente estaba más y más ansiosa. Pero pronto llegaría el momento.
Federico se paró. En el sillón simplemente quería ponerse a llorar. Sabía que pronto pasaría.
El teléfono sonó. Los dos corrieron a atender, pero Magdalena llegó antes. Mientras tenía el tubo pegado a su cara la sonrisa se iba desvaneciendo, las cejas bajaban, dos lágrimas cayeron. Cortó. Federico preguntó qué había pasado.
- Es mi padre - dijo ella - ha muerto.
Aunque no era su padre, Federico sentía que se le venía el mundo abajo, sólo que sus asuntos, ahora y de pronto parecían insignificantes.
Magdalena sentía que el mundo se le venía abajo, sólo que sus asuntos, ahora y de pronto parecían insignificantes.
Bajaron las escaleras y en silencio se subieron al auto. No habían hablado, pero los dos sabían a dónde ir.
Al llegar, la madre de Magdalena les abrió la puerta inundada en llantos. Les dijo dónde era el funeral, al otro día.
Magdalena sabía que pronto le llegaría el momento a su padre, pero era igual de inesperado que cualquier otra cosa.
Federico no sabía si esto había sido repentino o si ya se lo veían venir, y pese a la edad del viejo, su muerte era muy inesperada.
Al otro día se levantaron. Los dos hicieron café y se lo tomaron. Lavaron sus respectivas tazas con cuidado y se fueron.
Cuando llegaron los recibió la madre. Tenía un papel en la mano, empapado en lágrimas. Se lo dio a Magdalena.
Magdalena abrió el papel, escrito por su padre. Leyó lo que decía y se lanzó sobre su madre, desconsolada.
Federico miró el papel con desconcierto, aunque lo único que pudo leer fue una inscripción: el principio de esa carta. Pero antes de pensar en esas palabras puso su mente en blanco. Era extraño lo que sentía. Magdalena había estado tan ansiosa ayer, y él tan deprimido; con sentimientos tan opuestos y distintos, y ahora sin embargo compartían la pena por la misma persona.
Y ahora sí, sí leyó lo que decía el principio de esa carta, de ese papel mojado, de la tinta corrida, de las palabras perdidas: "Cuando digo Magdalena..."

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